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01/12/2013

Prensa

Revista Paula / Notas / Con Pablo Atchugarry

Trabaja a más de cinco metros de altura, subido a un andamio que coloca frente a cada obra. Una remera roja le protege la cabeza del sol del mediodía, y los auriculares lo aíslan del penetrante ruido que hace la amoladora al tomar contacto con el mármol. De no usar tapaboca, aspiraría demasiado carbonato de calcio, ese mismo polvo que lo baña de pies a cabeza hasta dejarlo más blanco que de costumbre. La silla y la botella de agua están a la espera de un intervalo, que suele durar apenas unos pocos minutos. 

Los 58 años declarados no lo acobardan; está decidido a seguir esa agotadora rutina hasta que el cuerpo le diga basta. “Espero ser como Miguel Ángel, que trabajó hasta cuatro días antes de su muerte, a los 89 años. Aunque eso no depende de mí, sino del destino”. Se niega a dejar la ejecución de una obra suya en manos de otro escultor, tal como hacen algunos de sus colegas. Para él, el diseño y la realización son una simbiosis, sobre todo cuando se trata de mármol, su material fetiche. “Un golpe de cincel para un lado y otro para el otro tiene suma importancia”, dice. 

Los 122 kilogramos que delata la balanza, repartidos en un metro noventa de alto, pueden resultar provechosos en una profesión que requiere tal esfuerzo físico, pero no lo suficiente como para librarlo de una urgente dieta. Menos aún cuando una fibrilación cardíaca lo mantiene en alerta permanente. “Desde hace un año me espera la dieta, se resiste un poco, aunque estoy haciendo algunos esfuerzos para bajar. Eso es culpa de la parte italiana de mi vida, las pastas, el vino; y encima cuando llego acá agrego los asados”, detalla. 

El leve acento italiano que desliza su español revela que vive en Lecco, una ciudad de 48 mil habitantes sobre el Lago di Como, la mayor parte del año. El resto de los meses se instala en Punta del Este, dentro del predio donde funciona la fundación que lleva su nombre (sobre la ruta 104, cerca de Manantiales). Le gustan “los dos hemisferios, los dos continentes, los dos países y las dos ciudades”; y el hecho de alternar entre ambos paisajes es un viaje en busca de la luz. “El mármol es un soporte para la luz; esta baña el bloque, entonces yo le voy haciendo cavidades y le dificulto la entrada para ir jugando con los claroscuros“, explica. Está unido en segundas nupcias con Silvana Neme; la primera vez se casó joven, a los 23 años, “esas cosas que se hacían antes”.Tuvo dos hijos: Catherine, de 30, y Piero, de 25. La mayor se dedica a la cría de perros cocker spaniel, mientras su hermano cursa una maestría en la Christie’s Education, en Nueva York, sobre arte moderno y contemporáneo. “Se está abocando a la gestión y difusión del arte”, aclara. 

−¿No tiene discípulo? 

−Creo que ellos se han alejado a propósito de esto porque es difícil confrontarse con un padre reconocido. En el fondo siempre los dejé libres en sus elecciones de vida. No todo es hereditario. 

−En su caso sí lo fue. 

−Di mis primeros pasos en el arte junto a mi padre. Él era un pintor de sábados y domingos, y lo hacía con mucha alegría. No era su profesión pero sí una gran pasión. 

–¿Sus hermanos Alejandro –abogado y ex Ministro de Economía– y Marcos –psiquiatra– heredaron alguna veta artística? 

−Marcos tiene un perfil más bajo pero es creativo también, ha escrito libros. Alejandro lo es en la forma en que ejerce su profesión, con ideas y soluciones. La creatividad está expresada en muchas áreas, no solo sirve en el campo artístico sino en cualquier actividad. Es fundamental ver las cosas desde otro punto de vista, agregarle pimienta y sal. 

−¿Es innata? 

−Yo creo que sí. ¿Pero qué pasa cuando a un niño le dicen que no pinte la vaca de amarillo porque es marrón? De alguna manera lo llevan a la realidad y le quitan la creatividad. Hay que fomentarle que en el campo de la imaginación todo es posible. Marc Chagall hacía volar los asnos y los burros por el cielo; ¿por qué no lo podemos hacer todos? Existen muchas formas de percibir la realidad porque cada uno tiene una visión propia y muy personal sobre ella.

−Uno de los objetivos principales de su fundación es estimular a los niños en la exploración de la creatividad, ¿por qué tanto hincapié en los más pequeños? 

−Una vez fui a un taller de pintura en el Prado. En el grupo había adultos y niños, y noté una cierta discriminación del profesor hacia los más pequeños; percibí que no les daba mayor importancia. Hay que invertir tiempo, amor y esfuerzo en los niños, sobre todo en tiempos en los cuales se precisan modelos. Es necesario que vean que el camino artístico puede ser real, y que se les pueden abrir diferentes oportunidades. 

−¿Eso pensaron sus padres cuando lo incentivaron a seguir esta carrera o fue porque le iba mal en el liceo? 

−(Risas) Soy disléxico; creo que ni mis padres se dieron cuenta. Cuando era niño tenía enormes dificultades: escribía la P de Pablo al revés y si dictaban el número 81, yo ponía 18. Cuando la maestra borraba lo escrito en la parte de arriba del pizarrón para seguir escribiendo, yo recién estaba copiando eso. Era un desastre y, quieras o no, eso va creando una sensación de inferioridad porque en definitiva no lográs hacer lo mismo que los demás. El campo artístico, donde podía defenderme con mayores condiciones y atributos, era una especie de flotador, una tabla de salvación, y yo me aferré mucho a esa posibilidad. 

−¿Hasta qué año cursó? 

−Hasta segundo de Bachillerato de Arquitectura. No di todos los exámenes, me quedaron algunas materias pendientes. 

−Le pregunto porque en aquella época no se fomentaba el arte como una carrera, sino más bien lo contrario. 

−Pero esto era a todo o nada; yo siempre lo tomé así. 

−Y con esa convicción se largó a Europa a los 23 años. 

−Empecé con las primeras exposiciones en el 74, en Argentina, y durante los dos años siguientes en Brasil. A esa altura ya se veía venir el salto del Atlántico. Estados Unidos se estaba convirtiendo en un centro cultural importante, pero yo siempre pensé en Europa, era mi referencia. Hice mi primer viaje solo, aunque iba y venía a Uruguay. Ahí comenzó mi vida de nómada. Las condiciones económicas no eran las mejores, entonces hacía muchos sacrificios; y mi padre me ayudaba, porque yo puchereaba con mis obras pero al final del día llegaba a casa con un puñadito de monedas. Desde siempre le puse mucho empeño y responsabilidad a todo el camino, que fue y sigue siendo largo y duro. 

−¿El hecho de que tenga ahora una mayor aceptación puede llevar a que la profesión se haga con menos responsabilidad? 

−A veces las dificultades agudizan el ingenio y prueban las profesiones. El sacrificio que uno está dispuesto a hacer es una demostración de amor por la carrera que eligió. En una época, el Estado de Holanda les otorgaba becas a sus artistas, quienes recibían un sueldo base para poder ejercer la actividad; a diferencia de otros países, como Italia, donde debías arreglarte como podías. Entonces uno veía la situación holandesa con muy buenos ojos; sin embargo hay un filtro natural de la vida. Una profesión no se construye solo en base a vocación y talento, también hay que tener capacidad de sacrificio para transitarla. 

−¿Quiere decir que lo que más pesa es la disciplina? 

−Pablo Picasso hablaba de un 90 por ciento de trabajo y un 10 por ciento de creatividad. Lo decía para provocar, pero lo cierto es que no alcanza con la creatividad.A veces pensamos que un artista trabaja solo cuando tiene inspiración, pero en realidad lo que posee es una gran necesidad de expresarse. La continuidad le va dando un valor a la obra, porque a veces esa imagen está muy adentro y necesita un enorme trabajo para que salga. Esa perseverancia después se transforma en un estímulo. 

−¿Trabaja todos los días? 

−Sí, incluso los fines de semana. Me impongo un horario bastante duro: de 7 a 20. Corto una hora para almorzar y conversar con la familia, pero a veces trabajo de corrido. 

−¿Sin esa rutina nunca hubiera llegado a la cima? 

−El volumen de trabajo que hice a lo largo de mi vida ayuda a que la obra se pueda difundir en los cinco continentes y estar presente en muchísimos países. 

−¿Se puede decir que es un “obrero del arte”? 

−Un pintor puede trabajar en su taller escuchando música; yo en cambio oigo el golpe de los martillos y la amoladora. La escultura requiere un esfuerzo físico muy importante: hay que mover pesos, subir y bajar andamios, todo está lleno de polvo. Tengo una masa de casi dos kilos en una mano y un cincel en la otra. Hay una gran cuota de fabricación en lo que hago. Yo que vengo de la pintura a veces recuerdo con añoranza cuando trabajaba tranquilo por las noches. 

−¿Volvería a pintar? 

−No creo.Tal vez alguna cosa, pero lo dudo porque demanda mucho tiempo la escultura.Y no la cambiaría por la pintura porque explora solo dos dimensiones: la riqueza está dada por la luz en el plano. En cambio el escultor juega con una tercera dimensión, que es el espacio. Un cuadro jamás podría tener la espacialidad de una obra en tres dimensiones. 

−¿Su problema cardíaco tiene algo que ver con el esfuerzo físico que exige su trabajo? 

−No, pero es un tema de preocupación porque si perdiera la capacidad física se transformaría en un problema psicológico. Por ahora el martillo no tiene una contraindicación médica. Además, es parte de mi vida, es imposible suspenderlo. 



Éxitos y fracasos 

La docena de obras distribuida por el espacioso taller de la fundación, más las que ya están debidamente embaladas para partir, evidencian no solo la capacidad de producción sino también la repercusión del artista en todo el mundo. Mientras recorre el galpón enumera cuáles esculturas viajan a Miami y cuáles a Nueva York, con toda la logística que se necesita para trasladar obras de semejante peso y tamaño. Trabaja con mucha anticipación y en varias creaciones al mismo tiempo: “Voy intercalando, cuando veo que una está avanzada paso a la otra“, explica con la misma calidez que transmitió durante toda la prolongada entrevista. A ese ritmo es que su obra llega a distintos rincones del planeta y millones de personas pueden apreciarla en vivo y en directo, tal como le gusta a Atchugarry. Alcanza con citar dos ejemplos recientes: la escultura que se expuso meses atrás en Times Square de Nueva York y las dos obras en Saint James Gardens de Londres, durante las pasadas olimpíadas. 

−¿Qué es el éxito para usted? 

−Es poder volcar una expresión propia con honestidad intelectual y que sea reconocida. No por ser famosa tiene que ser buena, porque en el origen el artista está solo con su criatura, y ahí no existe el éxito o el fracaso. Eso sucede después, cuando se expone la obra y se generan otras situaciones que ya no le pertenecen al creador. Al artista solo le pertenece el momento de encuentro con la obra y ahí no hay éxito posible sino simplemente la sinceridad de hacer algo que siente. El hecho de gustar y ser aceptado viene luego, es una consecuencia. 

−¿Lamenta que se lo haya reconocido antes en Europa que en Uruguay? 

−No, porque me fui muy joven, siendo pintor; pero digamos que no estaba formado todavía. Mi crecimiento profesional se fue dando en Europa, en Italia, donde vivo desde hace 32 años. Es lógico que los primeros pasos y, por ende, los primeros reconocimientos se dieran en ese medio. 

−Se lo pregunto porque sucede con frecuencia en el país. 

−Pasa a nivel mundial; se dice que nadie es profeta en su tierra. Pero no sé si es tan así, en definitiva es importante la posibilidad de crecimiento en diferentes países.Y sobre todo en un medio tan competitivo como Italia, donde hay miles y miles de artistas que vienen de distintas partes del mundo. Tratar de hacerse un lugarcito ahí es tan difícil que uno tiene que sacar sus mejores atributos; debe poner toda la concentración porque de lo contrario no logrará estar al nivel de los otros. Ir a medios competitivos es muy positivo. 

−¿Qué opina del arte contemporáneo? 

−Cuando Marcel Duchamp establece que un urinario dado vuelta y firmado se transforma en una obra de arte, impone un punto de ruptura a nivel cultural. Ese ejemplo es seguido por muchas generaciones, hasta la actualidad, cuando en definitiva cualquier cosa puede ser arte. Basta con que alguien lo recoja y lo ponga en determinado contexto para transformarlo en una obra. En ese punto de reflexión nos encontramos, en el que en determinado momento no se sabe qué es arte y qué no. 

−¿Y qué es? −Es una expresión personal del ser humano, muy íntima, que se hace extensiva a los demás. En las cavernas prehistóricas se ven escenas de caza y maternidad, es decir, las grandes problemáticas de aquel momento como el alimento y la continuación de la especie. Entonces, una cosa es la problemática artística y otra es tratar de hacer obras escandalosas para atraer a los medios. 

−¿Los artistas que rompen moldes escandalizan? 

−Los impresionistas escandalizaron en su momento porque salieron afuera de los talleres a pintar, y eso en su momento causó un revuelo. Lo mismo le sucedió a Picasso con el cubismo. Cada movimiento artístico fue innovador y de ruptura, y por lo tanto escandalizó. Pero ahora, lo primero que se busca es eso, y tengo mis dudas si la obra obedece a una necesidad interior. Es hora de que se vuelva a reconocer a los pintores que hacen pintura y a los escultores que hacen esculturas. Seguimos en las performances y en tantas manifestaciones; todo tiene validez pero también hay un sentido. 

Si no queremos que nuestro mensaje sea efímero tenemos que volver a las técnicas originales del arte. No podemos quedarnos en la provocación y olvidar que existe un soporte detrás de la obra. Por algo uno reconocía a Miguel Ángel y no a otros; él no solo tenía capacidad técnica sino también de composición y expresión. De eso nos estamos olvidando. 


La posada 

De camino a pueblo Garzón, a unos pocos kilómetros de la ruta 9, se encuentra el campo donde el artista construye su nuevo emprendimiento. Aún no hay carteles que indiquen cómo llegar ni nada que lo distinga de los predios linderos; pero una vez que se coloque en la entrada la escultura de acero de ocho metros de alto –alguna vez usa ese material, además de madera–, todos sabrán que se trata de la posada turística del uruguayo. 

Al ingresar, las miradas se dirigen casi automáticamente al gran pozo que en el futuro pasará a ser un lago artificial. Luego apuntan a un antiguo establo –perteneciente al haras que funcionaba allí tiempo atrás–, en cuyo interior ya se observan las primeras intervenciones artísticas, hechas por Raffaele Rossi en su reciente paso por el Este. Lo que será la recepción del emprendimiento también lleva los frescos del artista italiano, además de la impronta del ideólogo del proyecto, que se está ocupando del design. “El concepto es darles valor artístico a cosas que han tenido su uso, como por ejemplo las viejas botellas de leche o el carro de Conaprole”, adelanta. 

Por el momento existe un campo con una vista maravillosa y buenas ideas, los detalles se irán definiendo durante el tiempo que demandará la puesta a punto; “un par de años, es un proceso lento”. Lo que sí sabe es que habrá diez casitas independientes para huéspedes, un salón de té, una granja biológica y un espacio para que los artistas puedan crear y exponer sus obras in situ. 

−¿Cómo surgió este proyecto? 

−El hombre se ha ido apartando de la campaña y volcando a la ciudad, entonces perdió el contacto con la vida natural. Cuando yo era chico, en la casa de Millán y Espinillo teníamos un pequeño fondo con ovejas, patos, conejos y hasta un caballo. Cuando se moría una gallina eran unos llantos impresionantes. Creo que con esas situaciones el niño empieza a aceptar de alguna manera el ciclo vital; el campo y la naturaleza nos pueden dar esa enseñanza. 

−¿Es su primer emprendimiento comercial? 

−La palabra comercial me suena un poco fea; en el fondo siempre hay idealismo. Lo cierto es que será una posada abierta a todo público y existirá un taller para que los artistas, nacionales y extranjeros, puedan trabajar y exponer. 

−¿Estos son los lujos que se puede dar por ser un artista muy bien cotizado? 

−El lujo es poder hacer algo interesante y no interrumpir el péndulo que va y viene, que lleva y trae artistas de un lado a otro.Y tratar de dejar algo, no solo la obra sino idear proyectos que aporten algo. 

−¿Soñaba con poder hacer estas cosas? 

−Nunca me pedí tanto a mí mismo. Lo único que quería era poder vivir de mi trabajo. Los inicios fueron dificilísimos, muy duros, pero al final del túnel siempre había un rayito de luz, una ayuda que me hacía seguir caminando. Un sacerdote amigo en Italia, Don Marino, creyó mucho en mí; me compraba cuadros.Y siempre había alguien que tomaba la posta, que se interesaba por mi trabajo, y así iba haciendo lo que podía. 

−Y hoy vende obras que llegan al millón de dólares. 

−El precio lo va dando el mercado. Uno le puede poner el precio que quiere, pero… Es como el cuento del hombre que quiere vender su perro por un millón de dólares. Trata de vendérselo a un amigo y este le dice que está loco. Un tiempo después se lo vuelve a encontrar y le dice que está feliz porque finalmente logró hacer la transacción. ¿Cómo hiciste?, le pregunta el amigo. Fácil, le contesta, me pagaron con dos gatos de 500 mil dólares cada uno. 

−Hábleme de una cifra récord. 

−El hombre que camina, una escultura de 1,83 metros del escultor suizo Alberto Giacometti, se vendió en más de 90 millones de dólares. Fue un récord histórico. Aunque la economía mundial no marche, estamos viviendo períodos record. El arte es anticíclico, y el valor de la obra no solo depende del artista sino también de muchos factores. 

−A pesar de eso cultiva un bajo perfil, ¿por qué? 

−Soy así, no es una pose. Las cosas son simples. La vida es simple.

 

Link a la nota: 

http://www.paula.com.uy/nota/un-artista-monumental-_-pablo-atchugarry 

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